Capítulo 1
1873
—El amo desea verla, milady —anunció la doncella asomándose por la puerta.
Lolita levantó la mirada y suspiró.
Sabía que aquello significaba una discusión.
Su padrastro entró en la habitación cuando Murdock Tanner trataba de besarla.
Ella luchaba con violencia contra él y lo golpeó en el rostro en el momento que su padrastro entró.
Después había logrado huir de la habitación y refugiarse en su dormitorio en el segundo piso.
Ahora estaba segura de que iba a presentarse una situación molesta.
Murdock Tanner era demasiado rico y de mucha importancia para su padrastro.
Ralph Piran era un magnate naviero muy exitoso.
Había hecho una gran fortuna basada en los barcos de vapor que ahora cruzaban a diario el Atlántico con destino a Nueva York y otras partes del nuevo mundo.
Pero como era avaricioso ambicionaba más.
Para él resultó muy conveniente casarse con la madre de Lolita después de que su padre, el Conde de Walcott y Vernon, murió.
Éste falleció víctima de un accidente nocturno, cuando los conductores de dos calesas habían cenado opíparamente.
Las dos calesas viajaban a toda prisa y la que era conducida por el conde se volcó.
Uno de los caballos rodó por encima de él y, de haber vivido, sin lugar a dudas hubiera quedado inválido.
Eso era algo que él hubiera odiado.
Lolita pensaba que, de cierta manera, fue una bendición el que su padre muriera sin darse cuenta de lo que había ocurrido.
Pero el conde dejó a Lolita y a su madre sin un centavo.
Toda su vida había sido un jugador empedernido.
Como siempre estuvo muy enamorado de su esposa, ésta había tenido influencias muy positivas sobre él.
Sin embargo, ella no había podido evitar que se arriesgara con las cartas, las carreras de caballos o cualquier otra cosa que le ofreciera una oportunidad de ganar.
Después del funeral, la condesa se había sentado junto con su hija Lolita para tratar de decidir qué podrían hacer.
Mas, por supuesto, la respuesta era nada.
Durante los años que permaneció casada, la condesa fue perdiendo, poco a poco, el contacto con su familia.
Ellos vivían en el norte de Inglaterra y su esposo casi no tenía parientes.
El condado de Walcott y Vernon se había unido hacía trescientos años.
El actual conde decidió dejar de usar el doble nombre pues lo encontraba muy complicado.
Hizo arreglos para que la familia llevara el apellido de Vernon mientras que él fuera el Conde de Walcott.
Aparte de un nombre muy noble y antiguo y una historia llena de hazañas y de estadistas destacados, el conde de turno no tenía propiedades y sólo contaba con un ingreso muy reducido.
Éste apenas si le permitía a él y a su esposa vivir en una casa situada en una calle no muy distinguida de Londres.
Como la condesa ahorraba y de cuando en vez, él ganaba en las mesas de juego, los dos podían pasar unas vacaciones en el extranjero todos los años.
Por desgracia, al conde le gustaba ir a Baden Baden o cualquier otro lugar donde había casino.
Casi siempre regresaban más pobres de lo que habían salido.
Sin embargo, había ocasiones en las que él ganaba.
Entonces, como amaba mucho a su esposa y a su hija, les compraba regalos muy costosos que después tenía que vender.
Pero ellas lo amaban porque, a pesar de todo, era todo un caballero.
Eso era algo que Lolita no podía decir acerca de su padrastro.
No obstante, a la Condesa de Walcott le había sido imposible rechazar a Ralph Piran.
Se trataba de un hombre con buena presencia aunque no de la misma clase que el conde.
Su padre fue un capitán de barco y eso quería decir que él había estado en contacto con el mar desde el momento en que nació.
Su madre fue la hija de un abogado.
Éste le enseñó a su nieto todo cuanto sabía acerca del dinero.
En cuanto Ralph pudo pensar decidió que iba a ser rico.
Su cerebro era muy astuto.
A la edad de veinticinco años ya tenía un ingreso que era la envidia de todos sus contemporáneos.
Pero pronto se hizo a la idea de que éstos no eran lo bastante buenos para él.
Quería brillar en el mundo social, así como entre quienes admiraban sus actividades comerciales.
Cuando conoció a la Condesa de Walcott por casualidad, ésta fue la respuesta a todas las ambiciones que lo motivaran desde que saliera del colegio.
La condesa se sentía muy infeliz después de la muerte de su esposo.
Eso no hizo cambiar a Ralph Piran.
Si las riquezas podían hacerla feliz, eso era lo que él estaba dispuesto a ofrecerle.
También deseaba un hijo que llevara adelante sus cada vez más importantes negocios.
Por desgracia, en ese aspecto se vio desilusionado.
El hecho de que Lolita, a los diecisiete años, fuera ya tan bonita, le proporcionaba alguna satisfacción.
Les podía decir a quienes conocía en el mundo de los negocios:
—Debo presentarle a mi hijastra, Lady Lolita Vernon.
Este año Lolita cumplía los dieciocho.
Su padrastro estaba determinado a que el mundo social lo ayudara a celebrar la ocasión.
Ya había adquirido una casa muy grande e impresionante en Grovesnor Square.
Estaba planeando un gran baile para agasajar a Lolita.
Y estaba determinado a que fuera más sensacional que cualquier otro evento de la temporada.
Por desgracia, a fines de abril, cuando estaba haciendo los preparativos para que Lolita fuera presentada en la corte, su esposa sufrió un ataque al corazón.
Los médicos no podían explicar por qué había ocurrido.
El ataque la sumió en un coma del cual ni los mejores médicos pudieron sacarla.
Aquello cambió los planes que tenía Lolita para convertirse en una debutante.
Era imposible que celebraran un baile en la misma casa donde su madre se encontraba inconsciente.
Aquello también significaba que Ralph Piran tenía que buscar chaperonas que acompañaran a Lolita cuando ella aparecía en público.
Estaba resuelto a que ella lo hiciera.
Aquello lo ayudaba no sólo en el ámbito social, sino también en sus negocios.
Las grandes anfitrionas todavía consideraban de poca clase que un caballero se dedicara a los negocios.
Ralph Piran estaba decidido a ser aceptado.
Pensaba que era lo bastante rico como para poder comprar la posición que deseaba tener dentro del mundo social.
Además de su dinero, su mayor beneficio era su propia hijastra.
Él mismo lucía muy bien.
Era alto, con los cabellos oscuros, y bien parecido.
Vestido con ropas confeccionadas por los mejores expertos de la moda, podía mezclarse con los socios de los clubes White’s y Boodle’s sin que alguien preguntara por qué estaba entre ellos.
No obstante, era un problema muy diferente cuando se trataba de invitaciones.
Muchas de las anfitrionas habían apreciado a la Condesa de Walcott.
Preocupadas por la enfermedad de ésta, invitaban a Lolita a comidas, cenas y algún baile cuando los celebraban.
Sin embargo, no invitaban a su padrastro.
Aquello lo irritaba, pero se cuidaba de manifestar su resentimiento.
Procuraba, siempre que le era posible, estar presente en fiestas donde entre los concurrentes se encontraban las anfitrionas que le habían cerrado las puertas.
Lolita estaba consciente de los regalos que pasaban de su padrastro a las madres de sus amigas.
Ella sabía que aquellas no podían ofrecer una hospitalidad tan generosa a menos de que estuvieran bien subsidiadas.
Ralph Piran se sentía muy celoso.
Para fines de mayo había ya asistido a varios bailes, para los cuales no hubiera recibido una invitación más oportuna en el año.
Obtenía lo que deseaba de manera inteligente y con tacto.
Los hombres le palmeaban la espalda y le decían que era «un buen tipo».
Mas al mismo tiempo le pedían prestadas mil libras y él se las entregaba con gusto.
No era tan absurdo como para descuidar sus negocios por sus ambiciones sociales.
Estaba en medio de una gran transacción.
Ésta lo convertiría en el dueño de una flota pesquera completa, cosa que no había poseído antes.
Sin embargo, se trataba de una compra tan costosa que tuvo que aceptar la ayuda de algunos de sus amigos.
Estos se mostraban tan interesados como él en multiplicar su dinero y aumentar el número de barcos que poseían.
Durante varios años Murdock Tanner había sido el hombre más exitoso e importante en la industria naval.
Si éste y sus amigos se asociaban, Piran sabía que entonces ellos obtendrían el dominio de los mares y océanos que cubrían casi tres cuartas partes del mundo.
Murdock Tanner se estaba poniendo viejo y al igual que Ralph Piran no tenía hijos.
Cuando se encontraron negociando él ya había insinuado la posibilidad de que Ralph se convirtiera en su heredero.
Ralph Piran entró en su casa de Grovesnor Square y se dirigió a su estudio.
En ese momento, escuchó gritar a su hijastra Lolita.
No podía imaginarse por qué lo hacía hasta que abrió la puerta.
Entonces la vio luchando con violencia con Murdock Tanner.
Mientras Ralph Piran permanecía inmóvil en la puerta, ella abofeteó a Murdock.
Éste retrocedió por el golpe y ella logró librarse de sus brazos.
Lolita corrió hacia la puerta.
Ralph Piran pudo escuchar cómo los pasos de ella aumentaban en velocidad mientras corría por las escaleras.
Piran se adelantó para presentar todo tipo de disculpas.
De inmediato le ofreció una copa de champaña a su huésped.
Lolita llegó a su habitación, cerró la puerta de golpe y se sentó ante su tocador.
Se miró en el espejo y vio sus cabellos en desorden.
—¿Cómo se atreve a tratar de besarme? —gritó ella—. Mamá se hubiera puesto furiosa si hubiera estado allí.
Antes de enfermar, su madre le explicó, una y otra vez, cómo debía comportarse siendo una debutante.
—Debes ser callada, modesta y cortés, querida —le había dicho—, y por supuesto, nunca hagas algo que provoque que murmuren de ti.
—¿Qué quieres decir con eso, mamá? —preguntó Lolita.
Su madre dudó un momento antes de responder:
—Me dicen que algunas chicas permiten que los hombres se comporten de manera demasiado familiar con ellas. Jamás deberás salir al jardín o entrar a una habitación que esté vacía en compañía de un hombre si ustedes están solos.
—¿Quieres decir que él trataría de besarme, mamá? —preguntó Lolita.
—Eso es algo que un caballero no puede hacer —respondió su madre—, pero me comentan que algunas chicas motivan a los hombres de una manera que en mis días se hubiera considerado indebida.
Ella sonrió antes de continuar:
—Yo quiero que te cases con alguien encantador y, por supuesto, tan bien educado como tu padre.
Lolita se dio cuenta de que su madre le estaba previniendo de algo.
Y era acerca del tipo de hombres con los cuales era posible que Ralph Piran se asociara en sus negocios.
Ella ya había conocido a algunos, pues su padrastro quería presumirla.
Le habían parecido un tanto rudos y lo que su madre habría considerado como demasiado atrevidos.
Los hombres mayores le acariciaban el mentón.
Le decían que era en extremo bonita como para romperles el corazón a todos los jóvenes de la ciudad.
Los hombres más jóvenes le sostenían la mano más de lo necesario.
Estaba segura de que si bailaba con ellos, la iban a ceñir demasiado.
Pero en realidad esto no sucedía porque ellos no eran invitados a los bailes que ofrecían las amigas de su madre.
Ni por quienes aceptaban de manera secreta una pequeña ayuda de parte de su padrastro.
Ella disfrutaba de los bailes, pero pensaba que serían mucho más interesantes si su madre estuviera presente.
Lolita era consciente de que las matronas que se sentaban alrededor de los salones cuchicheaban cuando ella entraba debido a que su padrastro era muy acaudalado.
Muchos hombres que de otra manera la hubieran ignorado, prefiriendo bailar con mujeres mayores, la invitaban a bailar un vals.
Ella era lo bastante inteligente como para darse cuenta de cuándo a un jovencito le habían informado lo rico que era su padrastro.
Éste le dirigía innumerables piropos y sugería que lo invitaran a la casa en Grovesnor Square.
Ahora que su madre estaba tan enferma, Lolita se encontró llenando el papel de anfitriona con los amigos de su padrastro.
Pensaba que en el pasado se habrían reunido con él en la ciudad.
Durante los últimos tres días Murdock Tanner había estado de continuo con ellos.
La primera vez que lo vio le pareció vulgar y desagradable.
Se comportó de manera afable con él pues sabía que era importante para su padrastro.
Murdock le dijo que ella era muy bonita y que sus ojos brillaban como diamantes.
Hasta insinuó que le gustaría obsequiarle algunos.
Ella había sido amable hasta donde le fue posible.
Pero pensaba que Murdock tenía una expresión un tanto libidinosa y que resultaba repulsivo por su manera descuidada en el comer y por las cosas que decía.
Mientras que su padrastro podía pasar entre la alta sociedad, no había la menor oportunidad de que lo lograra Murdock Tanner.
Era mal educado y vulgar.
Por su manera de comportarse en la mesa Lolita estaba segura de que jamás le habían enseñado buenos modales.
Sin embargo, su padrastro hablaba con él mostrando respeto y admiración.
No había necesidad de que le dijeran a ella lo rico que era Murdock Tanner.
Lolita lo evitaba siempre que podía.
La noche anterior, cuando se había enterado de que una vez más él iba a cenar en la casa, recibió también la agradable sorpresa de que ella iba a asistir a una pequeña fiesta que ofrecía una de las amigas de su madre.
Se había divertido mucho.
Sin embargo, regresó temprano y se encontraba subiendo las escaleras cuando escuchó a Murdock Tanner que salía del estudio en compañía de su padrastro.
Éste hablaba fuerte con su voz gruesa y vulgar.
Lolita se apresuró a subir y cuando llegó al rellano lo escuchó tropezar.
Murdock dejó escapar algunas palabras altisonantes y ella se dio cuenta de que había bebido más de la cuenta.
—Es un hombre abominable —se dijo ella.
En seguida entró en silencio en su habitación y cerró la puerta con llave.
No bajó a desayunar hasta que se enteró de que su padrastro ya había salido.
Se alegró de tener un compromiso para comer con unas amistades.
Cuando regresó a la casa pensó que no había nadie en la planta baja.
Entró en el estudio de su padrastro para buscar el periódico.
Este siempre era dejado sobre una mesita frente a la chimenea.
Pero cuando abrió la puerta, para disgusto suyo se encontró conque Murdock Tanner se encontraba allí, mirando hacia fuera por una ventana.
Cuando ella entró, él se volvió y vino a su encuentro.
Le preguntó dónde se había escondido porque no la pudo ver la noche anterior.
—Fui a una fiesta —respondió Lolita—. Fue muy sencilla pero yo me divertí mucho.
—Por supuesto que sí —expresó Murdock Tanner—. De seguro que hizo voltear a todos los hombres presentes. ¿Cuántos de ellos la besaron?
Lolita consideró que aquella era una observación ofensiva y respondió:
—¡Nadie! Yo no les permito a los hombres que me besen.
—Entonces se pierde usted de algo muy agradable —respondió Murdock Tanner—, y yo le voy a mostrar cómo debe hacer, preciosa.
Para sorpresa de ella, extendió los brazos y la apretó contra su cuerpo.
Por un momento, Lolita casi no pudo creer que aquello estaba sucediendo.
Mientras luchaba se dio cuenta de que el hombre era muy fuerte y cuando sus brazos la apretaron comprendió que la iba a besar.
Fue entonces cuando luchó en contra de él de manera violenta.
Se daba cuenta de que su intento por defenderse lo divertía y que estaba decidido a salirse con la suya.
—¡No, no! —protestó ella cuando los labios de él le tocaron la mejilla.
Y, haciendo un enorme esfuerzo, logró soltar un brazo y lo golpeó en la cara.
Al reaccionar ante el golpe, Murdock Tanner advirtió que alguien había entrado en la habitación.
Aflojó sus manos y Lolita logró liberarse.
Todo había sido tan desagradable que al llegar a su habitación, se lavó el rostro y las manos.
Sintió como si se estuviera lavando algo del disgusto que Murdock Tanner provocara en ella.
Se dijo a sí misma que no iba a bajar hasta que aquel hombre se hubiera retirado.
Ahora que su padrastro la mandó llamar, deseó que aquello ya hubiera sucedido.
Para asegurarse le preguntó a la doncella:
—¿Mi padrastro se encuentra solo?
—Si, milady, su visitante se marchó hace poco.
Lolita sintió que no podía negarse a acudir al llamado de su padrastro.
No obstante, estaba segura de que iba a ser una entrevista desagradable.
Se arregló un poco y se cepilló el vestido como si estuviera quitándose al hombre que la había tocado.
Después bajó con mucha calma y se dirigió hacia el estudio de su padrastro.
Él estaba sentado detrás de su escritorio cuando ella entró por la puerta.
De inmediato se dio cuenta de que el hombre estaba de muy mal humor.
Quienes trabajaban para él y la servidumbre de la casa temían aquellos momentos.
Comenzaba mostrándose demasiado frío.
Entonces su voz comenzaba a subir de tono y a volverse más aguda.
Por fin, terminaba gritándole a quien lo había molestado.
A menudo Lolita había pensado que hasta los hombres más fuertes palidecían cuando él les gritaba.
Lo único que le agradecía era que jamás permitió que su madre lo viera en aquellas condiciones.
Lolita pensaba que había sido no sólo el amor, sino también el respeto lo que lo impulsó a mostrarse siempre gentil con su madre.
Pero aquello no se hacía extensivo a ella.
Lolita ya había experimentado varios encuentros muy acalorados.
En una ocasión él casi había perdido el autodominio.
Ahora, al mirarlo, ella sintió como si una mano fría le hubiera apretado el corazón.
Se daba cuenta de lo furioso que él estaba.
Lolita se acercó a la chimenea y él se puso de pie para reunirse con ella.
—¿Quién demonios te crees para ser tan insolente con mi amigo Murdock Tanner? —preguntó él.
—Él lo fue más conmigo —respondió Lolita.
—¿Por tratar de besarte? —preguntó su padrastro—. Por Dios, niña. ¿Qué de malo puede tener eso? Deberías de sentirte halagada de que un hombre tan inteligente y tan exitoso como Tanner te admire de la manera como lo hace…
—Yo no quiero su admiración —espetó Lolita—. Es viejo, feo y repulsivo. No tiene derecho a tocarme.
Ralph Piran se rió de una manera desagradable.
—Así que te das aires de grandeza —exclamó él—. ¿Y quién paga por todo eso? ¡Yo! ¿Crees que tu madre o tu padre hubieran podido comprarte el vestido que llevas puesto? ¿O la otra docena que guardas en tu ropero?
Su voz se hizo más fuerte cuando continuó:
—Yo pago por ti y Murdock Tanner, al ser mi socio, ha contribuido en cierta forma. ¿Entiendes que somos socios? No voy a dejar que lo insulte una tonta como tú.
Ahora ya estaba gritando.
Lolita pensó que los ojos de Piran brillaban casi como si tuvieran luces adentro.
—Yo no… voy a… permitir… —logró decir ella— que Murdock Tanner… o cualquier otro hombre, me bese a menos que… yo lo ame. Eso es lo que mamá… desearía.
—Pero como ella no puede decírtelo —interrumpió Ralph Piran—, tú me vas a escuchar y a obedecer. Si Murdock te quiere besar, tú no lo vas a rechazar y sí lo vas a besar.
—Diga lo que… diga usted, señor, yo… no permitiré que él se me… acerque —respondió ella con decisión—. ¡Es un hombre repulsivo! Me enferma el solo contacto de su mano con la mía.
—¡Así que me estás desafiando, señorita! —espetó su padrastro—. Déjame decirte una cosa y será mejor que te la metas en la cabeza: si Murdock Tanner te quiere besar y tú te niegas, te voy a golpear hasta que cambies de parecer.
Lolita emitió una queja de manera audible, pero él continuó:
—Existe una posibilidad de que él quiera casarse contigo. Si es así entonces yo consentiré y si tú te niegas, te llevaré arrastrando hasta el altar aunque te encuentres tan inconsciente como lo está tu madre en estos momentos.
Ante la palabra matrimonio Lolita se puso tensa y se mantuvo inmóvil, como si se hubiera convertido en piedra.
Casi no podía creer que aquello fuera posible.
Sin embargo, su padrastro no lo hubiera mencionado, de no estarlo pensando.
La idea era tan horrible que Lolita se quedó mirándolo hasta que él dijo:
—Esas son mis órdenes y si no las obedeces te resultará muy penoso hasta que lo hagas.
El hombre se adelantó como si estuviera a punto de golpear a Lolita y sacudirla.
Los gritos de la muchacha resonaron por todo el estudio.
Lolita corrió a través de la habitación y abrió la puerta.
Y aunque escuchó los gritos de su padrastro, no supo con claridad qué le decía.
Corrió arriba a su habitación.
Después de entrar cerró la puerta con llave.
Entonces se arrojó sobre la cama, temblando por el disgusto.
Después de unos minutos comprendió que nada había que pudiera hacer sobre lo sucedido.
En esos momentos recordó que cuando Murdock Tanner comenzó a visitar la casa con frecuencia, a ella le había parecido que él la miraba de una manera desagradable.
No se lo podía explicar a sí misma.
Ahora pensaba que él la había estado observando, como si se tratara de una mercancía que estaba indeciso de comprarla o no.
Se daba cuenta de que si él la deseaba, aquello iba a incrementar los negocios de su padrastro, así como su fortuna.
Por lo tanto, Piran haría cuanto estuviera en sus manos para obligarla a aceptar a Murdock Tanner, tal y como se lo había advertido.
—Es algo inconcebible y no lo haré —murmuró Lolita.
Pero al mismo tiempo no tenía la menor idea de cómo protegerse.
Estaba segura de que su padrastro no exageraba cuando la había amenazado con pegarle si ella no lo obedecía.
Se decían muchas historias acerca de cómo él golpeaba a los niños a bordo de sus barcos cuando se enfurecía.
Era sabido que uno de los chicos que trabajaba en sus oficinas necesitó ser atendido por un médico.
Lolita no le había prestado mucha atención a aquellos comentarios entonces.
Los negocios de su padrastro no le interesaban en particular.
Cuando su madre le hablaba acerca de su padre siempre había una cierta dulzura en sus ojos.
Su voz le indicaba claramente a Lolita que la dama todavía lo amaba.
«Fue por mí por lo que mamá se casó con Ralph Piran» pensó ahora Lolita. «Ella no podía soportar que yo fuera tan pobre que no pudiera tener un vestido de noche con el cual ir a un baile. Mamá quería que yo conociera al tipo de personas que ella había frecuentado cuando era una niña».
Deseaba poder contarle todo a su madre en esos momentos.
Pero ésta permanecía inmóvil, con los ojos cerrados.
Las enfermeras que la cuidaban no tenían muchas esperanzas de que alguna vez recobrara el conocimiento.
—No puedo hablar con ella —se dijo Lolita— y no hay alguien más que pueda comprender la horrible situación que estoy viviendo.
Entonces, como si fuera la respuesta a una plegaria, ella comprendió, que debía escapar.
Si se quedaba allí, por mucho que se resistiera a su padrastro, él la iba a obligar a hacer su voluntad.
Si Murdock Tanner quería casarse con ella, Ralph Piran la llevaría inconsciente hasta el altar, tal y como se lo había advertido.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó una vez más.
La respuesta ya estaba en su mente.
Fue entonces cuando se levantó de la cama y se sentó para poder pensar con mayor claridad.
Tenía que estar muy segura de no cometer un error.
Si escapaba y la descubrían, su padrastro iba a estar tan furioso que la iba a encerrar en su habitación.
Entonces le sería imposible escapar por segunda vez.
—Si me voy, tendrá que ser para siempre —se dijo ella—. Pero ¿dónde podré esconderme?
Tal y como lo pensara a menudo, nadie tenía menos parientes que ella.
Los primos acerca de los cuales su madre le hablara alguna vez, vivían muy lejos, en una parte de Inglaterra que ella jamás visitó.
Pensó en las amistades que había hecho desde que cumplió los dieciocho años y se transformó en una debutante.
Estaba segura de que ninguna de ellas se pondría de parte suya y en contra de su padrastro.
No había ningún joven a quien pudiera pedir su protección.
Ellos habían bailado con ella, la halagaron y hasta le enviaron flores a Grosvenor Square.
Lolita siempre abrigó la sensación de que ellos estaban pensando en cuánto dinero tenía y no en ella misma.
Sospechaba que si le pedía a cualquiera de esos muchachos que se fugara con ella, él se iba a negar.
En realidad Lolita no tenía deseos de escaparse con nadie.
Ni de casarse con ninguno de los hombres que la cortejaban.
No sabía qué era lo que estaba esperando; sin embargo, pensaba con vaguedad que se trataba del amor.
Algo muy bello, maravilloso y que cuando lo encontrara iba a ser tan feliz como lo fueron sus padres.
A pesar de todas las dificultades y de los momentos de privaciones, ellos siempre se habían sentido muy felices juntos.
Lolita sabía que cuando su padre murió, una parte de su madre había muerto también.
—¿Cómo podría yo sentir eso mismo por un hombre como Murdock Tanner? —se preguntó ella.
Entonces se estremeció ya que aquella idea le resultaba repulsiva.
De pronto, el orgullo que siempre le habían dicho que corría en su sangre vino a ayudarla.
Le dijo que, a menos que quisiera rendirse por completo ante los deseos de su padrastro, tenía que escapar.
Tenía salud y fuerza.
Debía forjarse una vida para sí misma, lejos del horror y la amenaza que representaba Murdock Tanner.
—Me iré mañana temprano —decidió Lolita—, pero tendré que ser muy cuidadosa porque si no, mi padrastro me va a encontrar y me hará regresar.
Recordó que aquella noche iban a cenar fuera los dos.
La cena era ofrecida por una aparente anfitriona que vivía en Belgravia.
Era alguien de quien Lolita sospechaba que su padrastro había «ayudado» para que ofreciera un baile al cual él pudiera asistir.
El evento había sido un éxito, pero los invitados no eran tan elegantes ni tan influyentes como los de otras fiestas a las que fue invitada Lolita.
Esta noche se reuniría un grupo de veinte o treinta personas.
Después de la cena todos bailarían incluyendo a su padrastro.
—Para entonces, él ya habrá recuperado su autodominio —calculó Lolita—. Me comportaré bien con él para que crea que estaré de acuerdo con todo lo que me pida.
Se levantó de la banqueta y se fue al vestidor que estaba junto.
Allí no sólo estaba su ropa sino también parte de su equipaje.
Había una maleta que era más ligera que las demás.
Lolita pensó que en el peor de los casos, ella podría cargarla si no la llenaba demasiado.
Se aseguró de que todas las puertas estuvieran cerradas con llave para que nadie pudiera sorprenderla si entraba de manera inesperada.
Hecho eso, echó en la maleta las cosas que pensaba que iba a necesitar de inmediato.
Por supuesto, no incluían nada para el invierno.
Además de su ropa interior Lolita seleccionó tres vestidos para el día y tres vestidos de noche bastante sencillos.
Todos estaban confeccionados con materiales muy ligeros.
Pero ya no quedó mucho espacio en la maleta para otras cosas. Entonces ella la guardó en el ropero y escondió la llave. Era importante que ninguna de las sirvientas la encontrara y le pareciera extraño.
Ahora tenía que planear cómo obtener algo de dinero en efectivo.
Aquello no era fácil.
En las tiendas sólo tenía que pedir lo que deseaba y después la cuenta le era enviada a su padrastro.
Las cuentas eran pagadas por sus contadores.
Lolita tenía una pequeña cantidad para sus aportaciones a la iglesia.
O por si tenía que dar una propina en un guardarropa o a un hombre que le consiguiera un carruaje.
Cuando contó lo que tenía en su bolso vio que sólo sumaba unas pocas libras.
Sabía que iba a necesitar mucho más que eso.
Se sentó para reflexionarlo con mucho cuidado.
De la misma manera como lo había hecho su padre cuando perdía todo su dinero en el juego y necesitaba más para tener otra oportunidad.
De pronto, Lolita recordó que su madre poseía muchas joyas valiosas que Ralph Piran le había regalado.
Pero no deseaba tocar aquello.
No obstante, sabía dónde se encontraban en la caja fuerte y quizá allí hubiera también algo de dinero.
La caja fuerte estaba instalada entre las habitaciones de su madre y de su padrastro, para que cualquiera de los dos pudiera utilizarla cuando lo necesitara.
Lolita sabía dónde guardaban la llave ya que la había abierto muchas veces por instrucciones de su madre.
Se acercó a la puerta de su habitación y escuchó.
Quería saber si había alguien cerca y si su padrastro se encontraba todavía en el estudio.
Si así era, resultaba muy poco probable que subiera a la caja fuerte.
Y si había salido, entonces eso sería mejor todavía.
La casa parecía muy tranquila.
Sólo se escuchaba el ruido de los carruajes que pasaban por Grosvenor Square.
Lolita se deslizó por el pasillo, pasando frente a la puerta de la habitación donde su madre yacía en coma.
Abrió la puerta que estaba entre aquella habitación y la de su padrastro.
La caja fuerte estaba empotrada en la pared.
El fabricante le había asegurado a Ralph Piran que era la más fuerte y la más moderna que existía.
Pero era muy fácil abrirla con una llave que se encontraba escondida en un lugar que Lolita conocía.
Las joyas de su madre brillaron como estrellas.
Había un collar de brillantes que la joven sabía que costó miles de libras.
También estaba un brazalete, unos aretes y un prendedor que les hacía juego.
Su padrastro se los obsequió a su madre la primera Navidad que pasaron casados.
Ella había jugado con las joyas como un niño con un juguete nuevo.
Lolita las miró.
Aunque su madre le dejaba en su testamento todo cuanto poseía, sabía que aquello era algo que no deseaba siquiera tocar.
Entonces abrió una pequeña gaveta.
Dentro aparecía un anillo que su padre le entregó a su madre cuando se comprometieron.
Éste nunca había sido vendido por muy pobres que se encontraran.
En una ocasión lo empeñaron pero fue sólo por unas cuantas semanas.
Era de oro, montado con tres diamantes no muy grandes, pero a su madre le fascinaba.
Lolita lo deslizó en su dedo.
Después abrió otra pequeña gaveta al otro lado de la caja fuerte y dejó escapar una exclamación.
Esta estaba repleta de dinero que estaba segura pertenecía a su padrastro.
No sintió escrúpulos por tomar lo que necesitaba, aunque de cierta manera sabía que aquello era robar.
—Si yo aceptara casarme con Murdock Tanner —se dijo ella—, él me daría esto y mil veces más para que me comprara mi ajuar.
Tomó doscientas libras en billetes y monedas de oro.
Se dijo a sí misma que para cuando aquella cantidad se terminara ya habría encontrado un empleo o a alguien que la protegiera.
En el fondo de su mente pensaba que habría alguna parienta de su madre o una amiga de la infancia que tal vez se mostraría comprensiva con ella.
Cerró la caja fuerte, le dio vuelta a la llave y regresó ésta a su lugar.
Entonces regresó a su habitación.
El destino la había ayudado cuando más lo necesitaba.
No iba a ser fácil, es más, era muy probable que el futuro se mostrara hostil.
Pero por lo menos estaba utilizando su cerebro.
Si no podía vencer a su padrastro sería culpa de ella y de nadie más.
«Voy a rezar», pensó Lolita cuando regresó a su habitación. «Sé que Dios me ayudará, como siempre nos ayudó a mamá y a mí en el pasado.
Puso el dinero y el anillo en su bolso de mano.
Instantes más tarde se acostó en la cama y trató de pensar hacia dónde podría ir.
La familia de su madre venía del norte.
Lolita estaba segura de que si llegaba hasta allá quizá iba a encontrar a alguien que la recordara de niña.
La familia de su padre se encontraba en la misma dirección.
Es más, la casa original de los Condes de Walcott y Vernon se hallaba a sólo dos o tres millas de donde habitó mucho tiempo su madre.
Su padre estudió en Eton y en Oxford donde, en realidad, no se había destacado.
Después optó por alistarse en el regimiento de la familia, donde había servido durante dos años.
Lo abandonó por el simple hecho de que no podía costearlo.
De repente, su padre murió y él heredó el condado.
Se encontró con un cúmulo de deudas que agotaron todo el dinero que obtuvo con la venta de la casa ancestral.
Pero al mismo tiempo él y su esposa habían sido felices de una manera que hizo que la niñez de Lolita estuviera llena de colores y de amor.
Sólo mucho después ella se dio cuenta de cuan pobres eran.
—Si me alejo de Londres lo más posible —se dijo Lolita ahora—, espero que mi padrastro no pueda encontrarme.
Estaba segura de que él lo intentaría con determinación.
Cuando deseaba algo jamás abandonaba la pelea antes de obtenerlo.
Sin embargo, Lolita tenía la sangre de los Vernon dentro de ella.
Ellos habían luchado y muerto con gallardía por su país.
Aún mantenían los principios en los cuales creían.
—¿Cómo podría evitar sentirme humillada si me casan con un hombre como Murdock Tanner? —se preguntó Lolita.
Cuando su doncella vino a vestirla para la cena, Lolita se puso uno de los vestidos más bonitos que poseía.
Añadió un pequeño collar de perlas que su madre, con el dinero de su padrastro, le había regalado la Navidad anterior.
—Se ve usted encantadora esta noche, milady —le aseguró la doncella.
—Espero que sea una velada agradable —respondió Lolita.
«Será algo para recordar», pensó ella, «cuando tenga que fregar pisos o dar clases a los niños en alguna de las escuelas rurales que se están abriendo por todo el país».
Pensaba que de alguna manera, lograría ganarse el sustento.
Por lo menos hablaba buen inglés y tenía un conocimiento bastante amplio de las cosas que los niños necesitan aprender en la escuela.
Mantuvo la cabeza muy en alto cuando bajó por la escalera.
En ese mismo momento su padrastro salió del salón vestido con sus ropas de etiqueta.
Una sola mirada le indicó a Lolita que él ya se había recuperado de aquel ataque de ira.
Ahora que pensaba haber obtenido lo que deseaba, estaba preparado para mostrarse conciliador.
—Espero que no regresemos tarde esta noche —manifestó en tono cordial cuando vio a Lolita que bajaba por la escalera—. Mañana tengo una junta muy importante y necesito estar lo más lúcido posible.
—No creo que Lady Lansdowne quiera quedare hasta muy tarde —respondió Lolita—, y como saben bien, señor, esta es una de las fiestas que usted le pidió que ofreciera.
—Recibí una nota suya —explicó Ralph Piran—, y en ella me comunica que serán veinte los comensales para la cena y otras veinte personas llegarán más tarde.
El lacayo le colocó la capa de noche sobre los hombros y él continuó:
—Amenizará sólo una pequeña banda de música y me interesa saber qué piensas de ella. Lady Lansdowne asegura que es una de las mejores que se han presentado en esta temporada y piensa que el Príncipe de Gales está muy complacido con ella.
—En cuyo caso debe de ser excelente —indicó Lolita sin ironía.
Ella sabía que todo el mundo deseaba invitar al Príncipe de Gales.
Si había una banda que á él le gustara, iba a llegar hasta la cumbre de la fama.
Todos la iban a solicitar.
El lacayo tendió la alfombra roja sobre los escalones y Lolita caminó hacia el carruaje.
Éste era cómodo en extremo y estaba tirado por dos espléndidos caballos.
Eran idénticos y completamente negros, a no ser por una estrella blanca sobre sus narices.
Era el tipo de detalles por los que Lolita tenía que felicitar a su padrastro.
Él exigía la perfección porque podía pagarla.
Se pusieron en camino en silencio.
De repente, Ralph Piran dijo:
—Como eres una chica sensata estoy seguro de que habrás pensado acerca de lo que hablamos.
—Sin lugar a dudas lo he pensado, señor —respondió Lolita.
—Pues eso deseo que hagas. Aunque no hay mucha gente, Murdock es un hombre que no pierde el tiempo una vez que ha tomado una decisión.
Lolita no respondió.
Viajaron en silencio hasta que justo al llegar frente a la casa de Lady Lansdowne, Ralph Piran señaló:
—Muy pocas chicas tienen las posibilidades que tienes tú. No te olvides que los jóvenes que te van a adular esta noche tienen un ojo puesto en mi bolsillo. Por lo menos, ése no será el caso con Murdock.
Era el tipo de afirmación de mal gusto que Ralph solía hacer.
Si él no hubiera mencionado el tema, Lolita lo hubiera podido admirar por eso.
Pero ahora ella sentía cómo su enojo iba en aumento por lo que su padrastro le acababa de decir.
Y el terror la torturaba como si fuera una mano fría, con la intensidad de antes.
Se sentía como si estuviera atrapada.
La manera confidencial en la que le estaba hablando Piran le indicó que él pensaba que ya no le quedaba espíritu de lucha a Lolita.
Creía que había ganado por completo la partida.